Este domingo vuelven a cambiar la hora. Vuelven a quitarnos un trocito de vida de cada tarde.
Se acordarán de mí el lunes cuando salgan de trabajar y se les caiga la noche encima. Literalmente.
Es evidente que estoy en contra del cambio horario, pero no es un capricho. Además, aclaro que el que no me gusta es el horario de invierno. Lo único bueno de este cambio horario es la pereza, el tener la sensación (sólo por un par de días) de poder disponer de una horita más para remolonear en la cama. Y punto. El resto del efecto es acortar la disponibilidad de tiempo útil de luz a todos los ciudadanos y meterlos de golpe en la tristeza invernal.